27.6.08

ensayo

Trescientoscincuenta: una reactivación de la memoria rosarina

por Osvaldo Di Paolo

“Hay veces que la memoria se construye con la generosidad de los recuerdos ajenos”. Diego Fidalgo

Con el advenimiento de la democracia, varias creaciones literarias y artísticas de diversa índole sobre el golpe de estado y los desaparecidos en la República Argentina en la década de 1970 proliferaron a partir de 1983. La mayoría de estas obras ejemplifican lo ocurrido en la ciudad de Buenos Aires, siendo ésta un macrocosmos que intenta reflejar al resto del país. En el plano artístico, en la Capital Federal, surgen activistas como el Grupo Arte Callejero que se une con el movimiento H.I.J.O.S. Esta agrupación de hijos de desaparecidos, asesinados, exilados y presos políticos durante la aplicación del terrorismo de Estado en la Argentina se crea en 1994 y en 1996 comienza a hacer escraches que tienen como objetivo exponer a los torturadores y a sus cómplices. Los artistas plásticos diseñan grafitis y mapas socio-históricos alternativos que colocan en distintas partes de la ciudad para informar, por ejemplo, a los ciudadanos dónde viven ciertos culpables del proceso o dónde se encuentran los olvidados campos de concentraciones.

La proliferación del arte callejero para estimular el recuerdo del pasado histórico también ocurre en ciudades intermedias argentinas. En el 2001, los habitantes de la ciudad de Rosario comienzan a ver bicicletas pintadas en las paredes de las calles. Son bicicletas que se distinguen unas de otras por ciertos números como si fueran parte de una serie. Estas pintadas son realizadas por el activista y artista plástico Fernando Traverso para representar a los 350 desaparecidos en Rosario durante la dictadura militar. Cuatro años más tarde, el director de cine Diego Fidalgo filma Trescientoscincuenta (2005), un documental que por medio de una pluralidad de voces, cuenta las experiencias vividas por Traverso durante el proceso. De esta manera, el director y el espectador van desenmarañando el pasado a través del presente.

La transmisión de los eventos ocurridos durante el gobierno militar no ha sido eficaz y las nuevas generaciones corren el riesgo de olvidar el pasado histórico. Además, las secuelas del genocidio todavía perduran y el miedo a un nuevo golpe de Estado se acentúa con el continuo deterioro de la economía. Por consiguiente, para evitar los errores cometidos en el pasado es preciso mantener vivo el ritual de la memoria.

El documental de Diego Fidalgo, Trescientoscincuenta, y el arte producido en el espacio urbano de Rosario por Fernando Traverso funcionan como un antídoto contra el olvido del pasado histórico del rosarino que logran reactivar la memoria individual y colectiva de distintas generaciones. Mi análisis, tanto del documental como de dichas manifestaciones de arte callejero, se sustenta en la teoría y en los estudios culturales sobre la memoria y ofrece una reflexión sobre las posibles causas de la deficiente transmisión de la memoria colectiva y el surgimiento del arte callejero en las ciudades intermedias en oposición al arte y a los escraches porteños. Además, plantea la eficacia del performance como reactivador constante de la memoria colectiva en los espacios abiertos y cerrados de Rosario, la relación entre memoria e identidad y la memoria como espectro fantasmal en el espacio urbano.

Para desarrollar las posibles causas que dificultan la transferencia de la memoria colectiva rosarina comenzaré escudriñando algunas de las ideas de Elizabeth Jelin. En su estudio sobre los efectos de la dictadura en la ciudad de Buenos Aires, ella cuenta que surgieron dos tipos de agrupaciones: las formadas por víctimas y familiares como las Madres de Plaza de Mayo y Familiares de Desaparecidos y Presos por Razones Políticas y aquellas constituidas por un grupo heterogéneo de no afectados como la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) formada por dirigentes de una clase con intereses políticos como el ex Presidente Raúl Alfonsín. Para Jelin, “one of the most important aspects of the human rights movement’s cause is its struggle ‘against forgetfulness’ and the construction of memory […] it is a collective memory and the fear of collective forgetting” (49).

La autora expresa que la construcción de la memoria es una lucha inquebrantable y que existe con la constante amenaza de ser borrada por un olvido colectivo. Por consiguiente, la creación de instituciones de protesta, en pos de la preservación de los derechos humanos, lleva la misión de evitar el olvido del pasado histórico. Jelin basa su trabajo en la Capital Federal y no intenta hacer un estudio más representativo que incluya las ciudades intermedias y al interior del país en su conjunto. Por consiguiente, su exposición excluye a las ciudades intermedias y prescinde de la experiencia vivida por la mayoría de la población durante el proceso. Es necesario mencionar que el surgimiento de grupos de protesta en defensa de los derechos humanos en Rosario es mucho más tardío y en una escala mucho menor a la de la Capital Federal. Así, la labor de estimular la memoria del pasado histórico en las nuevas generaciones rosarinas es más dificultosa.

Por otro lado, Joseph Yerushalmi explica que:

When we say that a society “recalls”, actually what we are saying is, first, that a past was actively transmitted to the current generations through […] “the channels and repositories of memory” […] and that this transmitted past was received with a definite meaning. Consequently, a society “forgets” when the generation possessing that past does not transmit it to the next. (50)

Las observaciones de Yerushalmi postulan que si una sociedad rechaza o cesa de transmitir el pasado histórico sobreviene el olvido inevitable (50). Entonces, para Yerushalmi los rosarinos han rechazado o no recibido el mensaje que se quiere preservar. Pero el binarismo memoria/olvido es mucho más complejo que esto. Los tribunales, los medios de comunicación y los grupos que erigen monumentos para conmemorar a los caídos durante la dictadura utilizan frecuentemente la palabra memoria pero no llegan a evitar el olvido porque según Nelly Richard, en su estudio sobre la dictadura chilena:

[they] leave aside all the wounded substance of remembrance: the psychic density, the magnitude of the experience, the emotional wake, the scarring of something unforgettable that resists being submissively molded into the perfunctory forms of judicial procedure or inscription on an institutional plaque. (18)

Es decir que hay un uso insípido de la memoria que carece de contexto emocional y que continuamente distancia la memoria histórica de la interconexión emotiva que resonaba colectivamente en el pasado.

Las experiencias vividas por Fidalgo concuerdan con las ideas de Richard. En una conversación electrónica con el director, él cuenta que se escuchaban noticias horrorosas por televisión y el cine de los 80 capitalizaba lo que había sucedido en la segunda mitad de los 70. Sin embargo, en su familia y en sus círculos sociales no se conversaba sobre la dictadura. Sus únicos recuerdos de esa época son la copa mundial de 1978, los festejos de la gente tras haber salido campeón el equipo argentino, la revista deportiva “El gráfico” y los comunicados por televisión sobre la guerra de las Islas Malvinas. Con el advenimiento de la democracia, ni la familia ni las escuelas proveyeron información sobre lo que había ocurrido. Fidalgo señala: “Tendría 25 años cuando empecé a interesarme realmente por este tema y uno de los que me corrió ese velo fue precisamente Fernando. Me contaba su historia y yo pensaba cómo me gustaría hacer un película con todo esto”. En el caso personal del director y de muchos ciudadanos rosarinos de su generación que hoy tienen entre 35 y 38 años, las asociaciones que abogan el famoso eslogan “ni olvido ni perdón” han tenido dificultades para transmitir un sentido de memoria colectiva pero el surgimiento de los escraches porteño y el arte callejero de Rosario contribuyen a enmendar las fisuras de la memoria colectiva.

El arte callejero como instrumento para evitar el olvido comienza en la Capital Federal con los escraches. Diane Taylor explica que estos consisten en “street signs that incorporate the photograph to mark the distance to a perpetrator’s home. When they reach their destination, they paint the repressor’s name and crimes in yellow paint on the sidewalk in front of the building” (165). Asimismo, artistas plásticos diseñan grafitis y mapas socio-históricos alternativos que colocan en distintas partes de la ciudad como por ejemplo “Usted está aquí, a trescientos metros de un campo de concentración” (168). Como los culpables de las atrocidades cometidas durante el proceso viven en Buenos Aires, en Rosario no se llevan a cabo escraches pero sí surgen grupos artísticos que realizan sus obras en el espacio abierto de la ciudad para perpetuar el recuerdo.

Fidalgo y Traverso se conocen durante el proyecto de realizar intervenciones urbanas en 1999. Con este propósito, un conjunto de artistas forman el grupo de arte contemporáneo “En trámite”. La página de internet de estos creadores dice que ellos tienen como misión “[trabajar] el espacio público como lugar de fisura, intentando recuperarlo, resignificarlo, convirtiéndolo en parte de la obra y usando la ciudad como materia”.

A través de estos trabajos artísticos callejeros, Fidalgo decide realizar un documental sobre las experiencias de Traverso. Trescientoscincuenta comienza mostrando al pintor en su rutina diaria, trabajando en un hospital de Rosario. A primera vista parece un empleado más, con una vida común y corriente, pero el director enseguida aclara que Traverso era un militante en contra de la dictadura durante los 70 e insinúa que hay algo importante que contar. Fidalgo dice que tiene como propósito reconstruir fragmentos de la vida de Traverso como si el documental fuera un caleidoscopio. Además, el director añade que él no puede dejar de “cruzar su historia personal, diferente, pero no distante a la del artista”.

Mientras que Fidalgo cuenta que sus vidas tienen una conexión proveniente de un mismo pasado histórico, la cámara muestra a Traverso en camino a una nueva puesta en escena de su arte en el espacio de la ciudad. Así pasa por una calle cerca de su casa donde ya había retratado la primera bici—1/350. Traverso cuenta que después de haber plasmado la primera bicicleta en una pared cercana a su domicilio el 24 de marzo del 2001, en conmemoración a los 35 años del golpe de estado de 1976, él se preguntó “¿quién la estará mirando?”. Su cuestionamiento transluce la razón por la cual pinta su arte en la calle: para que la gente recuerde. En la intimidad de su taller, el artista cuenta que quiere que su arte sea “efímero e inmaterial”, efímero como las vidas de los desaparecidos e inmaterial como sus almas. Por otro lado, Traverso cuenta que no quiere exhibir su arte en “un lugar inventado” sino en medio de la ciudad, en los lugares que todavía tienen una conexión con las vidas de aquellos que él ha decidido conmemorar.

Para reflejar que el lugar de las pintadas no es elegido al azar, Fidalgo incorpora una filmación a dos cámaras de la escena en que Fernando pinta la última bicicleta—350/ 350. Los detalles de la pintada y los travellings están filmados en 16 mm y ocurren en la esquina donde se bajaba Cachilo, el compañero desaparecido del artista plástico, cuando los dos volvían de trabajar de los barrios de emergencia ayudando a los rosarinos de escasos recursos que vivían en las villas miserias ubicadas en la periferia de la ciudad. En el documental, Traverso explica que su amigo “era una persona muy especial [….] siempre andaba en su bicicleta. Era una bicicleta negra, inglesa, era de un tío de él […] Estaba bueno eso de andar en bici porque te podías meter en contramano, te metías en los pasillos de la villa en bici, cuando te metías ahí no te encontraba nadie”.

En una parte del documental, el artista revela el por qué de pintar bicicletas y no otra cosa y cuenta que la última vez que vio a su compañero fue en una cita que supuestamente estaba “envenenada” donde su amigo, al verlo, siguió de largo. Fernando también siguió de largo y dice que continuó caminando y “estaba la bici de él atada a un árbol como solía hacerlo”. Al día siguiente, Traverso vuelve al mismo lugar y la bici de Cachilo todavía seguía en el mismo lugar. En ese instante se dio cuenta de lo que había ocurrido.

El arte callejero de Traverso, que se origina para recordar a su amigo militante y que termina conmemorando a todas las víctimas rosarinas de la dictadura, puede considerarse un grafiti. Gillo Dorfles expone en Nuevos mitos, nuevos ritos (un clásico en los estudios sobre la estética del grafiti) que:

Todo este inmenso panorama visual [del grafiti] está ahora a nuestro alrededor, ha invadido las paredes libres de los edificios, las cornisas, los techos, las aceras; se ha colocado a lo largo de las calles, avenidas, carreteras. En una época en que cuenta más lo efímero que lo permanente, donde lo pasajero tiene más efecto que lo eterno, era lógico que se produjera este fenómeno. La potencia y eficacia de estas imágenes, figurables y señalécticas, ha de buscarse en algunos elementos precisos que podrían resumirse en el número de sus iteraciones y la velocidad de su transformación. (293)

Fidalgo capta la noción de grafiti en el documental. El director hace una toma de una bicicleta de Traverso plasmada en una pared de la ciudad que coexiste con grafitis de otros ciudadanos. Todo rosarino fácilmente puede identificar a los grafitis existentes que muestra el documental porque sus referentes son parte del presente de la ciudad como el de las iniciales NOB, seguramente pintado por un fanático de fútbol. Pero como el referente del grafiti de Traverso se remonta al pasado produce intriga y curiosidad. La obra del artista plástico es un grafiti en el hecho de que es clandestino, lo pinta de noche y sin que lo vean; es de naturaleza reivindicativa para que los marginados tengan voz; y es una representación cultural transgresiva que surge en el escenario de la vida cotidiana. Al igual que el grafiti, la creación de Traverso se origina en sucesos o problemas que afectan a toda una comunidad y son escritos a través de una manifestación pictórica.

Los grafitis de Traverso pueden relacionarse con el concepto de performance. Diane Taylor, al hablar de la dictadura argentina explica que las protestas son una puesta en escena que sirven para sobrellevar el trauma patológico personal y transferirlo, sin patología, al resto de los ciudadanos (167). El arte callejero de Fernando se reproduce en distintas partes de la ciudad y fuerza al ciudadano a recordar. Del mismo modo, el documental de Fidalgo puede ser proyectado repetitivamente y ser accedido por diferentes medios—internet, centros culturales, etc. — una y otra vez cumpliendo una de las características del performance que describe Taylor.

En una escena del documental que ocurre en la puerta del museo Castagnino, Fidalgo capta la eficacia de la puesta en escena de Traverso y muestra como los habitantes de Rosario son partícipes de un performance. El artista plástico invita a la gente a llevar trozos de tela para que él les pinte una bicicleta. Allí ocurren las dos únicas entrevistas que figuran en el documental. Una chica que había llevado un pedazo de tela para adquirir una de las obras del artista dice que “Por ahí el artista plástico tiene una obra mucho más estática o mucho más cerrada […] y me encanta que un artista plástico pueda hacer una obra que vive digamos, que vive en la gente, hay una interacción, entonces me parece bárbaro lo que hace”. Jelin explica que:

Like trauma, performance protest intrudes, unexpected and unwelcome, on the social body. Its efficacy depends on its ability to provoke recognition and reaction in the here and now rather than rely on past recollection. It insists on physical presence: one can participate only by being there. Its only hope for survival […] is that they catch on; others will continue to practice. (188).

Así como dice Jelin que el performance es una intrusión en el cuerpo de la sociedad para revitalizar la memoria, Fidalgo alterna imágenes de Traverso en la calle plasmando bicicletas en las banderas y exhibe como el artista infiltra en el seno de la sociedad el trauma colectivo que él pretende comunicar.

La otra entrevista es de un chico que comenta que conoció a la obra de Fernando “por la ciudad, o sea, empecé a ver las bicis. Empecé a preguntar a la gente conocida que significaba […] bueno seguí averiguando hasta que alguien que lo conocía a Fernando me dijo que hacía 350 bicicletas para cada uno de los desaparecidos y […] me pareció copado ir por la ciudad y que haya bicis por todos lados”. Estos testimonios son prueba fehaciente de la validez del performance de Traverso para transmitir su trauma en los espacios abiertos de la ciudad y corroboran lo que dice Jelin, que la transmisión de la experiencia traumática se parece al contagio de una enfermedad que uno se agarra y así “one embodies the burden, pain, and responsability of past behaviors/ events” (168).

Las obras de Traverso también se exhiben en espacios cerrados para “contagiarles” (como explica Jelin) la responsabilidad de recordar el pasado a aquellos que prefieren apreciar el trabajo del artista de un modo más tradicional. En una escena del documental, Fidalgo filma la exposición de las 350 banderas dentro del museo Castagnino, el más prestigioso de Rosario, y hace una recorrida en steady-cam por los pasillos donde Fernando había colgado las banderas que le pintaba a la gente y que serían entregadas a la misma gente al finalizar la muestra. Estas imágenes se intercalan con las del plano que contiene 350 fotos de registro que hizo Fernando a medida que iba pintando las bicicletas en los muros de la ciudad. En contraste con la exhibición de arte dentro del museo Castagnino, las pintadas callejeras permiten que todos los transeúntes de distintas edades y clases sociales que entren en contacto con el grafiti de Traverso conozcan el propósito de su obra, piensen y reactiven la memoria colectiva rosarina y sin buscar un consenso de identidad nacional (sensus communis) se preserve una tradición social en busca de unión y reconciliación (Masiello 11).

En efecto, el vínculo entre memoria e identidad se pone de manifiesto en Trescientoscincuenta. Fidalgo incorpora segmentos de la vida de Traverso y transporta al espectador al estudio del artista para que sea cómplice y testigo de la creación de una bandera en tiempo real. Fernando pintaba banderas antes de pintar grafitis. Así, el creador cuenta la historia de una manifestación a la que concurrió con sus amigos y explica el significado de “no, no puede no haber banderas”. Claro que las banderas son parte del concepto de formación de nación pero el arte y la literatura contemporánea proponen una narrativa fragmentaria y ejemplifican la caída de discursos nacionales totalizadores como el Facundo de Sarmiento (Masiello 9).

Traverso dice que iba con sus compañeros a una marcha en la que estaba prohibido llevar identificación política pero ellos llevaban los aerosoles escondidos en las carteras de algunas señoras y cuando llegaban a la plaza donde estaba ocurriendo la manifestación, ellos comenzaban a pintar banderas celestes y blancas. El artista militante cuenta que “no, no puede no haber banderas” es “una reflexión para que vos te preguntés […] ¿con qué nos identificamos, atrás de dónde vamos? Cada uno tiene su bandera”. Traverso muestra el elevado sentido de patriotismo e identidad nacional que siempre ha tenido. John Gillis estudia la relación entre la memoria y la identidad y explica que “The ability to recall or remember something from one’s own past is what sustains identity […] Identities and memories are not things we think about, but things we think with” (5). La confesión de Traverso ejemplifica que para poder mantener una sólida identidad individual y colectiva es necesario recordar el pasado.

El documental no sólo ejemplifica el alto grado de patriotismo del artista plástico sino también de ciertos manifestantes de todas las edades en una plaza ubicada en el centro de la ciudad. Estas personas sostienen banderas que contienen una bicicleta dibujada por Traverso. Según los estudios sobre la dictadura en Buenos Aires de Andreas Hyssen, las protestas tienen como función:

[to remember] students, and workers, women and men, ordinary people who had a social vision at odds with that of the ruling elites and the military, a vision shared by many young people across the globe at that time, but which led to imprisonment, torture, rape, and death only in a few countries of the world. (16)

Esta marcha expositiva del trabajo de Traverso muestra que aquellos que recuerdan los acontecimientos de la dictadura en Rosario quieren motivar al peatón a que ponga en práctica la capacidad de activar la memoria y que las nuevas generaciones moldeen su identidad sin dejar de lado importantes sucesos del pasado.

Pero para lograr este propósito, Hugo Vezetti, en su estudio sobre la posdictadura porteña, explica que:

Memory is full of ‘facilitations’…dense significations, figures and scenes that establish points of condensation and anchorage with respect to the past and forge exemplary values, which are not given once and for all but require constant reworking and reinforcement from the present. (166)

De acuerdo con las ideas de este crítico, los rosarinos necesitan recordar constantemente para que esos recuerdos se anclen en las nuevas generaciones de argentinos y se asegure la transmisión del pasado histórico.

Teniendo en cuenta que el fortalecimiento de la identidad depende de la fluctuación de dos variables—olvido y memoria, Fidalgo presenta a ambas como fantasmas incorpóreos que coexisten en el espacio urbano y en la mente de los ciudadanos. Incluso, el creador de los esténcils los pinta de noche y sin compañía. Traverso crea un misterio propicio para un ambiente fantasmagórico donde los rosarinos se preguntan el significado de las misteriosas bicicletas y las conversaciones callejeras y la prensa tienen que esclarecer el por qué de su existencia. Así, surgen titulares como el de Página 12: “Los secretos tras las bicicletas pintadas en las calles rosarinas” (Pérez Castillo).

El director de Trescientoscincuenta incorpora escenas donde Fernando plasma bicicletas de noche con el propósito de resaltar el carácter fantasmal de las pintadas. Estas imágenes sugieren al espectador que los crudos momentos del pasado se van entrelazando con la realidad del presente y cada gota negra de la pintura se va uniendo a otra para revivir una historia. Fidalgo cuenta que corta la calle para que esté desierta y tira la luz desde las espaldas de Fernando para proyectar su sombra sobre la bicicleta y crear una ambiente donde deambulan los espíritus de la memoria y del olvido.

Otra escena nocturna que presenta Fidalgo ocurre en las desoladas calles céntricas próximas al Río Paraná y fue grabada a lo largo de varias madrugadas entre las 2 y las 4 de la mañana con su cámara y un trípode. La cámara se detiene frente a una sombra formada en la acera por una señal de tránsito. Pareciera que ahora, el mismo director comienza a entrar en un mundo espectral que lo remonta a su propio pasado. Así como el director había advertido al espectador del documental, no puede dejar de contrastar lo que una bicicleta ha significado para él a nivel personal antes de descubrir la obra del artista. Por eso, Fidalgo incorpora imágenes de su niñez andando en bicicleta y explica que “bajo la atenta mirada de mi madre aprendí a pedalear sin caerme. De chicos crecemos pensando que la libertad está en otra parte”. Sus comentarios aluden al hecho de que cuando él crecía bajo el control materno que regulaba su vida y pensaba que la libertad existía fuera de su casa, en realidad no se hallaba en ninguna parte de la ciudad de Rosario porque el libre albedrío y el respeto por los derechos humanos eran violados constantemente por las fuerzas del poder militar.

Fidalgo vuelve a introducir otra escena de las desérticas calles rosarinas para encontrar esta vez, no una sombra ajena sino la propia. Es decir que el director ya comienza a ser parte del pasado lúgubre del rosarino. Fidalgo no necesita que alguien le cuente o que le reactive la memoria porque ahora puede ver que él es parte del mismo pasado histórico espectral que se hereda por el solo hecho de ser argentino.

De la misma forma, el director intercala las historias de Traverso con más imágenes de calles desiertas. En un momento, la cámara hace un plano detalle de un reloj en una noche desierta como si fuera a permitir un contacto físico entre el objeto y el público y muestra una de las bicicletas de Traverso en la pared de una cuadra céntrica, sombras y el correr del agua por la alcantarilla de una acera. Pareciera que Fidalgo se mueve entre el presente—los relatos de Traverso—y el pasado fantasmal que las calles rosarinas esconden pero que ahora él claramente puede percibir. A continuación, el espectador ve a Traverso, en la madrugada, andando en su bicicleta por la avenida Francia con su esténcil acuesta rastreando otra pared que pintar. La escena sugiere que en la misma noche, el director recuerda y el artista va en busca de un nuevo espacio urbano para activar la memoria de los habitantes de un nuevo barrio.

No sólo en las calles de la ciudad rondan los espectros de la memoria y del olvido sino también en la clínica donde trabaja el artista plástico. Fidalgo explica que la escena rodada en el sótano del hospital se realizó con la cámara sobre steady-cam y que las luces fueron escondidas dentro de los caños expuestos en el techo. Las tuberías, la oscuridad y la humedad motivaron a Fernando a pintar una serie de cuadros en tonos grises de cañerías que Fidalgo interpone con las tomas de la bodega del dispensario. Este lugar simboliza un descenso al abismo, a un lugar donde los recuerdos angustiosos del pintor reactivan el trauma de sus experiencias vividas. Fidalgo dice que para él, los corredores subterráneos de la clínica son una especie de tren fantasma y la toma de Fernando subiendo en el ascensor es un escape hacia el presente, hacia la rutina del trabajo que distrae su tormento.

Los espectros de la memoria y del olvido fluctúan constantemente en los espacios rosarinos y en sus habitantes. Es posible hablar de un palimpsesto, ya que ciertos lugares que se utilizaron como centros de detención llevan una huella imborrable a pesar de que hoy en día cumplen una función distinta. Por ejemplo, la casa del segundo cuerpo del ejército, ubicada entre Córdoba y Moreno, donde se planeó la persecución y el exterminio de los militantes en contra del gobierno militar se ha convertido en un restaurante favorito de la juventud. El hospital Central, situado entre Rioja y Balcarce, donde se llevaban los cuerpos de los detenidos asesinados ha sido derrumbado y hoy es una plazoleta. La jefatura de policía que fue un lugar de cautiverio es la sede de las oficinas del gobernador.

El problema del frecuente reciclaje de los espacios de la ciudad es un detrimento para la preservación de la memoria de la juventud rosarina. Las nuevas generaciones son la fuerza motriz de la historia y son receptoras de las ideas, los valores y las instituciones de la anterior. Sin duda alguna, Trescientoscincuenta refleja el pase generacional y demuestra la capacidad del arte urbano de generar agencia entre los habitantes de Rosario a pesar de la constante oscilación entre los espectros de la memoria y el olvido. Fidalgo, como representante de una nueva generación adquiere el legado de Fernando y logra expresar sus ideas y sentimientos en su documental y conjuntamente asume el papel de un nuevo emisor de las profundas heridas del terrorismo de Estado. Por otro lado, a pesar del transcurrir del tiempo, Traverso sigue plasmando su arte en las paredes, muros, calles y plazas donde la memoria está encarnada para que lo que sucedió se resista a ser olvidado. La eficacia del performance de Traverso y Fidalgo, así como la de otros artistas rosarinos, es una ayuda para reconocer los errores del pasado y fortalecer el recuerdo de las futuras generaciones frente a la gran amenaza del olvido.

Obras Citadas

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En Trámite. 2004. 21 Feb. 2008 <http://entramite.com.ar>.

Fidalgo, Diego. Entrevista por correo electrónico. 21 Feb. 2008.

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Taylor, Diana. The Archive and the Repertoire. Durham: Duke UP, 2003.

Trescientoscincuenta. Dir. Diego Fidalgo. Prod. Virginia Giacosa. Rosario, 2005.

Vezetti, Hugo. “Scenes from the Crisis.” Journal of Latin American Cultural Studies 11 (2002):

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Yerushalmi, Yosef Hayim. Usos del olvido: comunicaciones al coloquio de Royaumont. Buenos

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